—¡Lo que usted diga, doctor Frankenstein! —exclamaron los niños del refugio y por tercera semana consecutiva, caminaron ilusionados detrás de él hasta la montaña de escombro. Ahí juntaron latas, cajas de cartón, botellas de plástico, retazos de tela y un poco de cuerda. El anciano, apodado de esa forma por fabricar sueños y diversión a partir de los horrores de la guerra, construyó esa vez, un teatro de marionetas. La obra comenzó entre tierra y olores nauseabundos, y los niños rieron a carcajadas sin importar los aviones sobrevolando la ciudad en ruinas, ni el estruendo de bombas cayendo a pocos kilómetros de ahí.
Izel Hanifah